Se veía venir. Los
censores de la moral y nuestra tropa de ofendiditos estaban
esperando un nombramiento que diese pie a soltar su bilis y el de
Máxim Huerta se lo puso en bandeja. Las primeras críticas del
sector más fundamentalista del periodismo deportivo (ojo, no de los
deportistas, que saben lo que hay) vinieron seguidas de una reacción
de cierta y dudosa élite cultural que celebraba que el nuevo
ministro no supiera nada de la práctica deportiva. Vuelven así los
tiempos de tratar al deporte como un submundo de gente inferior y de
retratar a aficionados y periodistas deportivas como garrulos
panzones, machistas e insolidarios.
Es un reduccionismo
extendido e injusto, que no deja de enervarme aunque esté ya más
que acostumbrado, como deportista de base que fui, periodista
deportivo (que siempre lo seré un poco) y aficionado a numerosas
disciplinas. Con cierto sentido de urgencia, no viene mal recordar
hechos que desmienten las teorías de esas élites, que se
arrogan un papel pionero en determinados avances que realmente no les
corresponde.
Por ejemplo, es de
nuevo buen momento para explicar que mucho antes de que el cine u
otras artes se acordasen de reivindicar la igualdad, deportes como el
atletismo, gimnasia o tenis ya ofrecían la misma repercusión y
premios a hombres y mujeres. Y sí, ya lo sé, queda mucho por hacer
en el ámbito de las disciplinas de equipo, aunque ese será un
proceso lento, en el que muy poco a poco la gente empieza a
implicarse.
No todo es el vil
metal. También es justo reconocer que los buenos aficionados otorgan
la misma importancia y mérito a Usain Bolt o Fermín Cacho que a
Yelena Isinbaeva o Ruth Beitia, a Nadia Comaneci y a Vitali Scherbo o
a las hermanas Willians y Roger Federer. Lo más importante, nadie
les ha tenido que forzar a ello, va en su formación (esa cultura
deportiva en la que aún queda mucho por avanzar), de igual modo que
aplauden con la misma fuerza al hombre que acaba el maratón en poco
más de horas que a la mujer que llega 10 minutos después.
Más espinoso es el
ámbito del acoso u abuso sexual. Hay casos documentados tanto en la
industria cultural como en la deportiva. Sin embargo, y a riesgo de
equivocarme, creo que ha quedado demostrado que ganan por goleada
los de la primera, un mundo que ha acostumbrado a la mujer a pasar
por el aro del sometimiento si quiere llegar a algo.
Hay testimonios por centenares, mientras que yo he conocido a decenas
de deportistas y ninguna se ha visto en una situación a así. O al
menos no me lo ha contado.
Enlazo ahora igualdad y
educación, que prácticamente son lo mismo. A mí ningún advenedizo
ha tenido que enseñarme qué es la equidad de género. Es un
convencimiento que mamé desde pequeño y al que intento hacer
justicia en cada uno de mis actos, quizá porque a mí se me cayeron
los dientes de leche mientras deambulaba por un pabellón donde mi
padre entrenaba por igual a chicos y chicas, con el mismo respeto,
atención y seguimiento para todos. Eso por no hablar de la labor
docente de otros familiares, que siempre enseñaron que el sexo no
debía suponer ningún límite a tu desarrollo personal. Pero bueno,
aquí estoy hablando de deporte y dejaré el asunto en que aprendí
pronto que las chicas corrían un poco más lento o aún no llegaban
a hacer mates, pero eso no restaba ni un ápice a sus méritos.
Mientras, el cine o los dibujos me insistían en que sólo los niños
podían ser los héroes del partido y las niñas tenían que
contentarse con ser animadoras.
Pese a esas enseñanzas,
fui un mal perdedor como deportista. Quizá me influyó demasiado la
filosofía Mr. Wonderful de
esa industria cultural para adolescentes (querer es poder,
si lo intentas es muy fácil,
bla bla bla). Aún así, el deporte me dejó recuerdos de los que
enseñan tanto o más que los libros (también fui un lector
empedernido). Entre ellos, aquel padre de un jugador rival que me
ayudó a levantarme mientras blasfemaba en el suelo por una derrota
inesperada o el competidor que amablemente me recogió las zapatillas
de clavos que había lanzado bien lejos después de mi enésima pifia
en el salto de altura.
Entre
las élites, también se lleva mucho hablar de la meritocracia
(haz lo que yo diga y no lo que yo haga, ya saben). Ningún ámbito
del mundo actual hace tanta justicia a ese término como el deporte.
Es fácil de explicar. Si tienes las dosis adecuadas de talento,
esfuerzo y disciplina, probablemente ganes. Si no, queda levantar la
cabeza, estrechar la mano del rival y trabajar para superarte la
próxima vez. Además, con un poco de suerte y si has cumplido las
normas, te llevarás un aplauso y una palmadita en la espalda, que a
veces vienen muy bien.
En
definitiva, sé que voy a seguir sufriendo a quienes quieren reducir
el amplio mundo del deporte a esos comepipas que se dedican a
insultar al árbitro los domingos o a los padres que se pelean en el
partido de sus hijos. Pues vale, yo seguiré aprovechando cualquier
ocasión que tenga para recordar que cada fin de semana miles de
personas sacrifican tiempo y dinero para facilitar a jóvenes una
actividad saludable, una experiencia vital enriquecedora y
aprendizajes que jamás olvidarán. Y que siempre, a cualquier hora
del día y en algún lugar del mundo, habrá alguien ayudando a
levantarse a su rival, en vez de pisotearlo.
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